31.1.10

*Y le hablo de esa amante inoportuna que se llama Solodedad

Como quien viaja 
a lomos de una 
yegua sombría,
 por la ciudad 
camino, no
 preguntéis 
adónde. Busco acaso
un encuentro 
que me ilumine
 el día, y no hallo 
más que puertas
 que niegan lo
 que esconden. Las chimeneas
vierten su vómito de humo a un cielo cada vez más lejano y más alto.
Por las paredes ocres se desparrama el zumo de una fruta de sangre crecida en el asfalto.
Ya el campo estará verde, debe ser Primavera, cruza por mi mirada un tren interminable, el barrio donde habito
no es ninguna pradera, desolado paisaje de antenas y de cables. V ivo en el númeor siete, calle Melancolía.
Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría. Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía y en
la escalera me siento a silbar mi melodía. Como quien viaja a bordo de un barco enloquecido, que viene de
la noche y va a ninguna parte, así mis pies descienden la cuesta del olvido, fatigados de tanto andar sin
encontrarte. Luego, de vuelta a casa, enciendo un cigarrillo, ordeno mis papeles, resuelvo un crucigrama;
me enfado con las sombras que pueblan los pasillos y me abrazo a la ausencia que dejas
en mi cama. Trepo por tu recuerdo como una enredadera que no encuentra ventanas donde agarrarse, soy esa absurda epidemia
 que sufren las aceras, si quieres encontrarme,
ya sabes dónde estoy. V ivo en el númeor siete, calle Melancolía. Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría. 
Pero siempre que lo intento ha salido
ya el tranvía y en la escalera me siento a silbar mi melodía

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